La espátula de Alejandro Barrios semeja una espada de color que al rozar la tela hace surgir esbozos de las figuras que representa, no obstante, éstas gozan de una perfecta definición que es suficiente para que el espectador complete el dibujo sugerido. Esa es una característica fundamental de su trabajo que la hace interactiva y sugestiva para con quién la mira. De igual modo, su paleta cautelosa se contrapone al movimiento de las formas que pinta. 

 
Colores primarios y secundarios cobran vida al filo del metal, cabe destacar que sus creaciones se componen sobre fondos matizados y poco nítidos que permiten la claridad de los objetos. El acero lleva el compás de la obra, y en algunas partes oxida y desvanece la realidad para insinuarla. Los trazos de Alejandro son simples, dinámicos y firmes hasta lograr una composición ágil. Caballos, toros, jinetes, músicos, danzantes, bailarines, cantantes y paisajes configuran diversos ritmos y escalas tonales que el autor traduce en música visual.  


Él esgrime con sus instrumentos pictóricos lo más esencial de los seres como si los atravesara una y otra vez con su daga colorida extrayendo así su alma y dejando al descubierto su piel. Las transiciones de un color a otro las maneja con dinamismo preciso y dominio de la luminosidad. Asimismo, sus cuadros dan la impresión de haber sido pintados por finas aspas coordinadas o a destiempo que jamás se habrán de tocar entre sí y que paradójicamente sacan a relucir la intimidad de lo plasmado.  
Alejandro se vuelca sobre las emociones taurinas, tales como las estocadas, el arte de la tauromaquia en sí y las diversas etapas de la fiesta brava. Curiosamente descontextualiza al toro del toreo, de los toreros y demás rasgos de la faena. De la misma manera, resalta la fiereza del animal cuando este permanece quieto o agotado de luchar y debatirse entre la vida y la muerte. Por otro lado, su gusto por los caballos también se ve reflejado en sus cuadros, quizás el carácter equino, siempre libre, es el que más explota. Sus équidos fluyen por el lienzo a todo galope y por ello apenas son visibles. El artista cabalga en estudiadas combinaciones de colores que le permiten seguirlos de cerca.  


Por último, lo lúdico y recreativo son otra constante de su labor pictórica. El pintor imprime con fuerza los sonidos armónicos y melódicos de sus personajes, estos disfrutan de un gran baile o una sublime pieza musical. Están inmersos en atmósferas alegres que poseen una acústica especial y una cadencia singular como lo son sus líneas.   


Adriana Cantoral.  
Crítica de arte


“El arte es una flor nacida en el camino de nuestra vida, que crece para endulzarla”
Schopenhauer


“Casi todo” en el arte comienza, se desarrolla y finaliza jugando, es por ello que algunos grandes filósofos han otorgado al aspecto lúdico del arte un papel fundamental. Las obras de este artista cuentan con gran dosis de imaginación y de atrevimiento.   


El viaje por la obra de Alejandro Barrios nos deja un gran sabor de boca, pues hemos recorrido con el artista su propio mundo de ensueño, de fantasía y de magia. 
Los trazos que alguna vez surgieron violentos, casi emparentados con un romanticismo y expresionismo salvaje, se fueron constituyendo en herramientas liberadoras del alma y del espíritu encontrando remansos de paz.  


Casi al finalizar este viaje sensible por la obra de Alejandro Barrios, podemos percatarnos como este impetuoso artista fue madurando y alcanzando un lenguaje que universaliza de forma afortunada las inquietudes humanas. La nostalgia de un paisaje sugerido, la musicalidad de formas orgánicas, los trazos violentos y colores arbitrarios, forman parte de la expresión de este joven artista visual, del mundo que desea compartirnos. Por medio de la dialéctica surgida de la mirada del espectador, es que pueden surgir nuevos senderos de inspiración y experimentación.  


“Resucitar del pasado más remoto a través de colores, líneas, manchas. Crear una nueva realidad a partir de la subjetividad del espectador” Alejandro Barrios. 

Nubia Minerva Martínez M.

CURADORA.   


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